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Maduro, Putin y la soledad del poder: alianzas tácticas y derrotas diplomáticas - A.J Bravo Columna de opinión

A medida que Nicolás Maduro envejece en el poder, las tensiones internas y las alianzas internacionales evidencian una realidad insostenible. La reciente visita del oficialismo venezolano a Moscú, en el marco de la celebración por la victoria del Ejército Rojo, ha sido interpretada por muchos como un acto simbólico que esconde más derrotas que victorias.

Juventud, divino tesoro, te vas para no volver...

    El señor Maduro ve pasar los años; las nieves del tiempo cubren su sien. Ni el tinte ni la barbería pueden esconder el fruto del tiempo. Maduro se ve cansado, agotado de una vida que no puede llevar, o tal vez agobiado de ser siempre más de lo mismo, enraizado a un pedestal con una corona mandada a hacer en una piñatería, y con ojeras dignas que redundan en el mal sueño. El señor Maduro se encuentra con Putin: se ven juntos —pero cuidado— que no están revueltos; ambos caminan paralelamente y quizás sus propósitos se entrelazan en ocasiones, pero son solo momentos y business, negocios. Los números se ven buenos, las relaciones diplomáticas no. Baste decir que el señor Vladimir Putin nunca ha alzado la voz para defender directamente a Maduro frente al mundo o las sanciones, y no creo que lo vaya a hacer. China, en su defecto, ha alzado la voz en alguna que otra ocasión, pero Rusia opera en silencio, igual que muchos países afiliados.

    Viajó a Moscú el comité oficialista para celebrar la victoria del Ejército Rojo y hacer acto de presencia, pero en el séquito de Maduro celebran secretamente una derrota: la crónica de una muerte anunciada y el trago amargo que resulta un shot de vodka después de un espresso martini. Precisamente ese cambio de alcohol al paladar es lo que hace perder la cordura a más de alguno. Aquellos que —hasta cierto punto— son "aliados o colegas" de Maduro y su grupo intentan sonreír y mostrar sus mejores pintas para las redes sociales, pero la verdad verdadera, que en su mayoría de casos presenta sinonimia con el dolor y la impiedad, nos ilustra nuevamente un fracaso que disfrazan de negociaciones y diálogos socráticos entre partidos, políticos y gobiernos. Me refiero a la situación de la embajada, a esas personas que escaparon, incluyendo a la madre de la señora María Corina Machado: rehenes, objetivos y amenazas. Si no conociera al gobierno de Maduro como realmente lo conozco, me atrevería a objetar: ¿qué tiene que ver la madre de una política con la seguridad nacional? Exclusivamente que representa el mejor punto táctico para someter y atormentar a quienes desean un cambio en la nación. ¿Es que acaso el ejemplo del yerno del señor Edmundo González no es suficiente? Es otra demostración de poder y tortura psicológica: se le dice a la población que, como gobierno, puedo imputar a los familiares o seres queridos, puedo agredirlos y desaparecerlos, que no existen límites ni fronteras para lo que puedo llegar a hacer.

    Inspirar temor ha sido siempre la misión del gobierno de Chávez en su pasado, y ahora de Maduro. Aprendió bien el joven saltamontes, pero que su bigote mal perfilado no nos confunda: sus canas son reflejo de frustraciones, no de conocimientos. Pues en la actualidad acumula muchas más derrotas que victorias, y son muy pocos los países que de forma pública le dicen al mundo: “¡Viva Venezuela!”. El temor los acecha. En el norte no tenemos a un Biden, sino a un Trump; y en Europa no tenemos a un Zapatero, sino a una Von der Leyen. Identidades y personajes de la actualidad que piensan muy distinto en visiones y prospectivas. Ni siquiera las dictaduras y los gobiernos de dudosa democracia han ahondado en palabras de apoyo. Lula, aun siendo tan marxista, no defiende el marxismo en Venezuela. Dejando de lado que Brasil se negó a darle refugio a los cinco opositores de la embajada, aduciendo “procesos burocráticos” por más de 412 días; mientras que en Cuba se habla de intercambios, pero no de libertad. Aliados que secretamente apoyan, como el señor Petro en Colombia, con su gusto y agrado por las sustancias, las fronteras inundadas de corrupción y violaciones a los derechos humanos sin debido control, pero en secreto público, o como apodarían algunos: dichosa conveniencia.

    Maduro es un personaje con muchos rostros e identidades. Entre algunas de ellas destacan sus ámbitos militares, que —a diferencia de su predecesor Hugo Chávez Frías (quien sí gozaba de conocimientos militares)— se presentan únicamente como una intención de control o identificación con sus pocos seguidores (hablando, por supuesto, si le queda alguno tan regio). Clara muestra de falsa simpatía sin estudios o sin cátedra, es una consecuencia de cómo se distorsiona la naturaleza propia con el deseo de familiarizarse con alguna posición política. Aunque me preocupa gravemente el reto de la modernidad con su desinformación y su contra-información, en la que la verdad se convierte en dilema, e intentan difundir falsedad en contra de veracidad. Y aunque esto ha sido siempre, el presente esconde muchos males más profundos y aún no diagnosticados.

    Por un lado, se dice que el escape de los rehenes en la embajada de Argentina fue cooperación mutua entre gobiernos que relacionan a Italia y Estados Unidos en el mismo bloque. Y en otras noticias, el gobierno del señor Maduro, a través de su portavoz y salvaguarda Diosdado Cabello, pretende revelar que todo fue un plan, que se debió a coordinación entre naciones. Los tragos amargos y las derrotas son siempre irreconocibles para el gobierno. Pero hay que entender, mis queridos lectores, que ellos no van a admitirlas. Son malos perdedores, la espada de Damocles no está suficientemente enterrada. La última estocada será cuando, en el final de los finales, el gobierno de Maduro no sepa qué decir.

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